Mi nuevo trabajo me da cuatro días libres a la semana. Esto ha provocado una pequeña revolución en casa. Lo primero que quiero puntualizar es que si descanso cuatro días en vez de dos es porque en esos tres días hago todas las horas del mundo. Por eso descanso cuatro días, porque necesito descansar. Aún así, me he comprometido familiarmente a limpiar yo entre semana (ya no tendremos ayuda) y a practicar el parking intensamente, y personalmente he elaborado una larga lista de cosas que quiero hacer: ir a pilates, al oculista, al dermatólogo, a la compra, a las rebajas (si quedan), a darme un masaje, a comer con amigos a los que apenas veo... bien, hoy es mi tercer día (de cuatro) de libranza, y solo he limpiado la mitad de lo deseable, he llamado al oculista y he comido sola todos los días. De pilates ni hablamos, y eso que era una prioridad. Lo cierto es que lo del oculista ha subido puestos de repente en la lista de lo urgente. Mañana voy a ver qué me dicen. Probablemente regrese con la pupila dilatada y mucho más pobre. Vamos, que todo lo que tenga que hacer (comida, por ejemplo) debería hacerlo hoy.
Respecto al pequeño ratón, me tiene sin palabras. Ayer me dio un abrazo, lo que para un pequeño seco del norte está muy bien. Juntos hemos batido un nuevo récord: de la guarde al parque en una hora. Es desesperante. Pero si lo miras bien, ¿tenemos prisa? No. Pues ya está. Y hemos aprendido una palabra nueva, bueno, dos: no quiero. No digo más.
Edito escasos minutos más tarde:
Mi gozo en un pozo, y mis listas a la mierda. No me arranca el coche, o sea que: hoy tampoco puedo ir a la compra, me tendré que conformar con lo que pille esta tarde por las escasas tiendas del barrio. Toca visita al taller, lo cual, unido a la visita al oculista de mañana, me parece que tira por tierra el resto de elementos de mi lista: ni rebajas, ni dentista (este mes por lo menos), ni pilates, ni comer por ahí, ni nada de nada. En fin...
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