Tres días después de mi última entrada, en la que hablaba de mi trabajo, ocurrió algo inesperado. Como contaba, la época de telefonista/agente de viajes estaba a punto de terminar, y pronto iba a empezar a disfrutar de la parte bonita del proyecto. Un proyecto gordo, de envergadura, y sobre todo largo. Un proyecto que me iba a dar trabajo hasta verano, y me iba a permitir tener vacaciones familiares como las personas normales. Bien, todo esto se ha venido abajo. Como digo, tres días después de mi entrada anterior soltaron la bomba. Parad los motores. Todo se retrasa... mucho... en concreto, cinco meses. Ni trabajo, ni vacaciones familiares ni nada. Se supone que estoy inmunizada ante este tipo de news, pero me quedé muerta. Como una se hace dura, mantuve la calma bastante bien, pero por dentro el corazón me iba a mil, tenía dolor en el pecho y todos los síntomas de la ansiedad.
Por suerte (y por desgracia) en este mundo las sorpresas están a la orden del día, menos de 48 horas más tarde recibía la llamada del ahorro y la tranquilidad. Los astros se han alineado, como casi siempre, para que yo no esté en paro, y empezaré a currar en nada en otra historia, rodeada de amigos y en un ambiente genial. Va a ser duro: jornadas larguísimas, muchos kilómetros de carretera cada día, fines de semana hipotecados, pero feliz como una perdiz.
Por supuesto, todo esto me supuso otro día de nervios, estrés y con el corazón en un puño, porque. Si es que un día me da un infarto.
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