Cómo pasa el tiempo. La primera navidad en familia. El enano crece a marchas forzadas. Pronto hará nueve meses. Quiero añadir sus avances, sé que dentro de un tiempo me gustará releer estas páginas. Pues bien, el ratoncito ya tiene dos dientes, y se arrastra a velocidad de crucero. Pero es que hace dos días que ha dado un paso más: se pone a cuatro patas, y hace el torete. Es como si estuviera ensayando. Sube, se balancea, y como no sabe qué hacer, se deja caer de nuevo sobre la tripa. Habrá que enseñarse que ahora lo que tiene que hacer es avanzar. También está aprendiendo a salir de la posición de sentado hacia adelante, lo que pasa es que lo que hace es tirarse de cabeza al suelo, no sabe ir de ahí a gateo. Bueno, tiempo al tiempo.
De hambre está hecho un brutico. Ayer se comió de noche 270 de leche con cereales, y aún parecía que quería más. Supongo que al tener más desgaste físico necesita más carbón en la caldera. Y de sueño... en fin... sigue despertándose de noche llorando y cuesta dormirle, sobre todo porque de mi teta ya no sale nada (creo que la lactancia ha llegado ya a su fin). Fue bonito mientras duró. Ahora habrá que encontrar otras maneras de dormirle.
Mañana mi enano y yo vamos a vivir una aventura tremenda. Nos vamos los dos solos a Pamplona en avión. ¿Llegaremos sanos y salvos o provocaremos un aterrizaje forzoso? He pensado esta opción precisamente porque el tiempo que tengo que tenerle sentado en mis rodillas quietico es menor que si fuera en tren. Espero que aguante la hora escasa que dura la estancia en cabina (el vuelo no creo que llegue a media hora). Me llevaré todo tipo de elementos disuasorios para que no llore: juguetes, galletas, comida, agua, papeles para romper... y a una mala le enchufo la teta, a ver si cuela (por los viejos tiempos). Ay, qué nervios!
Y por lo demás, nada, que soy muy feliz con mi ratón. ¡Pequeñajo mío, eres lo mejor que tengo!
martes, 28 de diciembre de 2010
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Ocho meses de libro
Mi pequeño roedor ya tiene ocho meses. Ahora mismo revolotea a mis pies en busca de queso y de cualquier otra cosa que echarse a la boca. No para quieto. Es puro nervio. Rueda, da volteretas, mordisquea, chupa, se arrastra, vuelve a rodar, grita, gruñe y parlotea, todo esto en milésimas de segundo. Y vuelta a empezar. Cuando le miras sonríe y lanza grititos de puro contento que está, invitándote a morderle el culo o hacerle cosquillas en la tripita o pedorretas en el cuello. Si le haces un "uh" como de susto pequeño se ríe, y si te acercas mucho a su cara sonriendo se carcajea. Luego, vuelta a hacer de las suyas: el rodrillo, el culo p'arriba, el marine herido, la brújula... y todo acompañado de grititos agudos de los que revientan tímpanos, de gorgoritos de todo tipo, de pedorretas de distintas intensidades, a veces de pedos y cuando está generoso de palmitas.
Ya duerme mucho mejor, con agotadoras excepciones como la de esta noche, en la que nos hemos levantado tres veces y la cuarta, a las 7 de la mañana, ha sido la definitiva (.hay que aclarar que hoy es fiesta, por eso ha sido un despertar un poco doloroso, pero de lunes a viernes esta es la hora a la que nos levantamos). Ha habido noches en las que se ha despertado una sola vez. Poco a poco le voy quitando el pecho, y hay días en los que sólo le doy de noche, incluso he llegado a no darle en todo el día. Y si te fijas bien, ya es posible ver un dientecito asomando por la encía inferior. ¡Albricias! Por fin tenemos el primer piño.
La comida va muy bien también. Hemos subido la papilla a 210 de agua más leche y cuatro cucharadas soperas con montoncito de cereales. Una señora papilla que se calza mañana y noche. Hay días que no hemos dejado ni gota, otros nos cuesta un poco más y dejamos un poco. Hoy ha dejado más que un poco, pero le perdonamos. A mediodía a muerte con las verduras con pollo o ternera, que unos días come mejor que otros, la verdad. Y la fruta sigue siendo un must, le gusta mucho. Todo esto en casa, pero en la guarde tres cuartos de lo mismo, o mejor: según nos cuenta su profe se lo come casi todo (y eso que allí las cantidades son mayores que en casa), duerme siesta (milagro) y no para de jugar, arrastrarse y experimentar.
Todo va viento en popa. A ver cuándo se tuerce.
Ya duerme mucho mejor, con agotadoras excepciones como la de esta noche, en la que nos hemos levantado tres veces y la cuarta, a las 7 de la mañana, ha sido la definitiva (.hay que aclarar que hoy es fiesta, por eso ha sido un despertar un poco doloroso, pero de lunes a viernes esta es la hora a la que nos levantamos). Ha habido noches en las que se ha despertado una sola vez. Poco a poco le voy quitando el pecho, y hay días en los que sólo le doy de noche, incluso he llegado a no darle en todo el día. Y si te fijas bien, ya es posible ver un dientecito asomando por la encía inferior. ¡Albricias! Por fin tenemos el primer piño.
La comida va muy bien también. Hemos subido la papilla a 210 de agua más leche y cuatro cucharadas soperas con montoncito de cereales. Una señora papilla que se calza mañana y noche. Hay días que no hemos dejado ni gota, otros nos cuesta un poco más y dejamos un poco. Hoy ha dejado más que un poco, pero le perdonamos. A mediodía a muerte con las verduras con pollo o ternera, que unos días come mejor que otros, la verdad. Y la fruta sigue siendo un must, le gusta mucho. Todo esto en casa, pero en la guarde tres cuartos de lo mismo, o mejor: según nos cuenta su profe se lo come casi todo (y eso que allí las cantidades son mayores que en casa), duerme siesta (milagro) y no para de jugar, arrastrarse y experimentar.
Todo va viento en popa. A ver cuándo se tuerce.
sábado, 20 de noviembre de 2010
Todo de color de rosa
Soy otra persona, agotada como la anterior, pero otra. Llevo diez días trabajando, y es que no hay color. Estoy encantada. Se me nota hasta en la cara, dicho por mi vecino y amigo. Primero, porque el horario es no inmejorable pero sí mucho más que aceptable. Consiste en un sistema de turnos por el que pasas un mes y medio genial, dos semanas regular y otras dos bastante más regular. Así suena mal, pero si pensamos en que normalmente nuestro horario es regular, bastante regular o directamente malo, tener más del 50% del tiempo un buen horario es un lujo. Además, acabo de empezar mi mes y medio genial, así que no pensemos en cosas malas.
Segundo, porque esto parece que va para largo, lo cual es un curro en el que los contratos por semanas abundan pues no está mal. Y tercero, porque el ratoncito ha reaccionad genial a su ampliación de horario, está regularizando sus noches (salvo deshonrosas excepciones como la que acabamos de pasar) y come mucho mejor. Eso sí, el otro día estuvimos en la revisión de peso y fatal, sólo ha engordado medio kilo y no ha crecido nada en este mes. Bueno, fatal no, está bien, pero me esperaba otra cosa. Y es que yo le veo enorme. Pero bueno, mientras esté sano, contento y gane peso poco a poco, voy a intentar olvidarme de las dichosas tablas.
Es que no lo puedo remediar, será cosa de madre amantísima, pero estoy obsesionada con su desarrollo, no dejo de compararlo con otros niños. El otro día estuvimos con unas amistades cuya hija es un mes mayor que el nuestro, y la vi mucho más avanzada. Grande, despierta, comunicativa... gateaba, se sujetaba de pie, daba palmas y tenía dientes. ¡Mi ratón no hace ni tiene ninguna de esas cosas! ¿Debo preocuparme? Deba o no, lo hago. En la guarde dicen que le ven bien, que no me preocupe y que es pronto. Tiene sólo siete meses y medio... en fin. Respecto al gateo, la verdad es que parece que lo intenta, levanta el culo y hace por meter rodilla... pero no sabe seguir... es un pequeño roedor que no sabe ni reptar! Por lo menos en casa porque el otro día me dijeron sus profes de la guarde que tuvieron que sacarlo de debajo de la cuna. Ay mi peque, cualquier día sale corriendo! y lo malo es que a mí me pillará trabajando!
Segundo, porque esto parece que va para largo, lo cual es un curro en el que los contratos por semanas abundan pues no está mal. Y tercero, porque el ratoncito ha reaccionad genial a su ampliación de horario, está regularizando sus noches (salvo deshonrosas excepciones como la que acabamos de pasar) y come mucho mejor. Eso sí, el otro día estuvimos en la revisión de peso y fatal, sólo ha engordado medio kilo y no ha crecido nada en este mes. Bueno, fatal no, está bien, pero me esperaba otra cosa. Y es que yo le veo enorme. Pero bueno, mientras esté sano, contento y gane peso poco a poco, voy a intentar olvidarme de las dichosas tablas.
Es que no lo puedo remediar, será cosa de madre amantísima, pero estoy obsesionada con su desarrollo, no dejo de compararlo con otros niños. El otro día estuvimos con unas amistades cuya hija es un mes mayor que el nuestro, y la vi mucho más avanzada. Grande, despierta, comunicativa... gateaba, se sujetaba de pie, daba palmas y tenía dientes. ¡Mi ratón no hace ni tiene ninguna de esas cosas! ¿Debo preocuparme? Deba o no, lo hago. En la guarde dicen que le ven bien, que no me preocupe y que es pronto. Tiene sólo siete meses y medio... en fin. Respecto al gateo, la verdad es que parece que lo intenta, levanta el culo y hace por meter rodilla... pero no sabe seguir... es un pequeño roedor que no sabe ni reptar! Por lo menos en casa porque el otro día me dijeron sus profes de la guarde que tuvieron que sacarlo de debajo de la cuna. Ay mi peque, cualquier día sale corriendo! y lo malo es que a mí me pillará trabajando!
martes, 9 de noviembre de 2010
Vuelta al trabajo
Por fin vuelvo al trabajo. Lo necesitaba. Estar en casa se me estaba empezando a hacer muy duro. Ayer toqué un poco fondo: a unos pequeños problemas personales se unió la desesperanza laboral que empezaba a aflorar en mi interior, un niño sin guardería un poco pesadito, un obrero en casa que no se iba... mi autoestima empezaba a estar por los suelos y encima me subió una mala leche tremenda. Cuando llegó el padre del ratón yo estaba de los nervios, así que ahí le dejé, con un roedor lloroso y un carpintero que no se iba ni a tiros, y me fui con una amiga a dar una vuelta y a quejarme a gusto de mis cosas, que necesitaba desahogarme. Pues bien, una hora más tarde suena el teléfono y me ofrecen un curro, un curro que me viene de perlas, porque lo conozco perfectamente (ya lo he hecho antes), conozco a mis compañeros, conozco a los jefes, estoy a gusto... es lo que necesitaba. Y encima con un horario raruno pero dentro de lo que cabe muy cómodo, porque son ocho horas de reloj (más desplazamientos, eso sí, que el lugar de trabajo está un poco a desmano) y aunque a turnos rotatorios por lo menos sabes perfectamente a qué hora sales, que no es poco.
Así que empiezo mañana (así son las cosas, siempre para ayer). Estoy de los nervios. Muy contenta por un lado y un poco desasosegada por los cambios que va a implicar al enanito. Por de pronto esta semana trabajo de noche, así que con ayuda de la abuela y un poco de esfuerzo por mi parte él seguirá con su horario normal. Pero a partir de la semana que viene (si no nos ponen problemas en la guarde) tendrá que doblar sus horas de cole. Es una putada, pero es la única manera. Ya lo tenemos todo pensado y sus horas de entrada y salida estarán siempre cubiertas por uno de los dos. Por lo menos por ahora. Cuando dentro de mes y medio yo vuelva a cambiar de turno habrá que plantearse nuevas necesidades, pero tenemos mucho tiempo por delante para pensarlo tranquilamente y dar con la solución más adecuada.
A todo esto el ratoncito se sigue despertando muchísimo por la noche. Me da pena por su padre, que mañana y pasado va a tener que ocuparse de él sin mi ayuda.
Empieza una nueva era para todos importante, de reorganización en muchos sentidos. Espero que salga todo bien. Estoy muy nerviosa.
Así que empiezo mañana (así son las cosas, siempre para ayer). Estoy de los nervios. Muy contenta por un lado y un poco desasosegada por los cambios que va a implicar al enanito. Por de pronto esta semana trabajo de noche, así que con ayuda de la abuela y un poco de esfuerzo por mi parte él seguirá con su horario normal. Pero a partir de la semana que viene (si no nos ponen problemas en la guarde) tendrá que doblar sus horas de cole. Es una putada, pero es la única manera. Ya lo tenemos todo pensado y sus horas de entrada y salida estarán siempre cubiertas por uno de los dos. Por lo menos por ahora. Cuando dentro de mes y medio yo vuelva a cambiar de turno habrá que plantearse nuevas necesidades, pero tenemos mucho tiempo por delante para pensarlo tranquilamente y dar con la solución más adecuada.
A todo esto el ratoncito se sigue despertando muchísimo por la noche. Me da pena por su padre, que mañana y pasado va a tener que ocuparse de él sin mi ayuda.
Empieza una nueva era para todos importante, de reorganización en muchos sentidos. Espero que salga todo bien. Estoy muy nerviosa.
domingo, 31 de octubre de 2010
Con los cereales duerme peor
Ayer el pequeño roedor se despertó a la 1, a las 2:30, a las 3:30, a las 5, a las 6... y no sé a qué horas más... el pobre tiene un sueño muy irregular, se despierta llorando, y es difícil calmarle. Su padre le coge en brazos y le acuna. Conmigo eso no vale, y sólo se calma con el pecho. Hay veces que cuando le cojo estoy tan dormida que tengo miedo de que se me escurra entre las manos. Nos sentamos juntos en el sofá y y me recuesto de manera que él quede sobre mí, y yo lucho por no quedarme dormida mientras él se queda frito encima de mi pecho. Cuando está satisfecho escupe el pezón, cierra fuerte los ojos y aprieta los morretes, y eso significa que ya está preparado para volver a la cuna. Hasta dentro de una hora y pico.
De veras que no lo entiendo. Todavía recuerdo con nostalgia aquellas noches de verano en las que nos sorprendía con seis horas, a veces siete, incluso muy raramente y por eso celebradas ocho horas seguidas durmiendo. En ese momento yo lo tomé como un signo de madurez, un paso hacia adelante que marcaría un antes y un después. Luego vinieron pequeños retrocesos, que asumimos como excepciones a la regla, días malos que todos tenemos derecho a tener, fruto de las novedades vividas... pero es que vamos para atrás como los cangrejos, y los excepcionales días malos no sólo se han hecho costumbre sino que están siendo buenos en comparación con lo que estamos viviendo ahora mismo.
Yo no sé qué es lo que pasa, sólo sé que empiezo a mosquearme. No sólo porque estoy muy cansada, que es verdad, sino porque de verdad veo que el niño no descansa bien. Me angustia escuchar esos llantos con los que se despierta. Y no entiendo ese afán, o esa voracidad, no sé, con que me coge cuando le doy el pecho para calmarle. ¿Puede ser realmente que tenga hambre? Es imposible, si cena muy bien. Además, ¿no se supone que los cereales por la noche le iban a ayudar a dormir? Pues no sólo no le ayudan sino que empiezo a pensar que son los culpables de esta situación.
Preguntando al oráculo google, he averiguado que hay más bebés a los que les pasa esto, es decir, que desde que toman cereales por la noche duermen peor. Algunas madres lo achacan a que les dan mucha sed. Otras madres (al parecer mejor informadas) creen que los cereales les aportan demasiadas calorías justo cuando no las necesitan, y que los cereales lo ùnico que hacen es que las digestiones sean pesadas por las noches. Yo no sé si será verdad, sólo sé que la semana pasada, la única noche que el ratón no tomó sus cereales porque se durmió al pecho sólo se despertó una vez. Así que voy a intentar probar esta teoría eliminando los cereales de la noche y pasándoselos a la mañana (o intentándolo, recordemos que conmigo no los come).
Hoy va a ser el primer día del experimento, porque también se ha dormido antes de cenar (estaba agotado de jugar toda la tarde). A ver cómo se da la noche. Mañana reporto.
Y pensar que hace nada sufría precisamente porque no se comía los dichosos cereales...
---------------------------------------------------------------------------------------
Edito: el plan cereales no ha funcionado. Se sigue despertando igual el pobrecico. El lunes probamos otra técnica: darle antes los cereales y luego el pecho. Tampoco funcionó, aunque es verdad que como el pecho le relaja inicialmente parece que se duerme antes, aunque tampoco fue así porque se despertó enseguida.
Estoy muy quemada. Y cansada. Pero como no puedo hacer nada, pues cara feroche al enemigo y ya vendrán tiempos mejores.
De veras que no lo entiendo. Todavía recuerdo con nostalgia aquellas noches de verano en las que nos sorprendía con seis horas, a veces siete, incluso muy raramente y por eso celebradas ocho horas seguidas durmiendo. En ese momento yo lo tomé como un signo de madurez, un paso hacia adelante que marcaría un antes y un después. Luego vinieron pequeños retrocesos, que asumimos como excepciones a la regla, días malos que todos tenemos derecho a tener, fruto de las novedades vividas... pero es que vamos para atrás como los cangrejos, y los excepcionales días malos no sólo se han hecho costumbre sino que están siendo buenos en comparación con lo que estamos viviendo ahora mismo.
Yo no sé qué es lo que pasa, sólo sé que empiezo a mosquearme. No sólo porque estoy muy cansada, que es verdad, sino porque de verdad veo que el niño no descansa bien. Me angustia escuchar esos llantos con los que se despierta. Y no entiendo ese afán, o esa voracidad, no sé, con que me coge cuando le doy el pecho para calmarle. ¿Puede ser realmente que tenga hambre? Es imposible, si cena muy bien. Además, ¿no se supone que los cereales por la noche le iban a ayudar a dormir? Pues no sólo no le ayudan sino que empiezo a pensar que son los culpables de esta situación.
Preguntando al oráculo google, he averiguado que hay más bebés a los que les pasa esto, es decir, que desde que toman cereales por la noche duermen peor. Algunas madres lo achacan a que les dan mucha sed. Otras madres (al parecer mejor informadas) creen que los cereales les aportan demasiadas calorías justo cuando no las necesitan, y que los cereales lo ùnico que hacen es que las digestiones sean pesadas por las noches. Yo no sé si será verdad, sólo sé que la semana pasada, la única noche que el ratón no tomó sus cereales porque se durmió al pecho sólo se despertó una vez. Así que voy a intentar probar esta teoría eliminando los cereales de la noche y pasándoselos a la mañana (o intentándolo, recordemos que conmigo no los come).
Hoy va a ser el primer día del experimento, porque también se ha dormido antes de cenar (estaba agotado de jugar toda la tarde). A ver cómo se da la noche. Mañana reporto.
Y pensar que hace nada sufría precisamente porque no se comía los dichosos cereales...
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Edito: el plan cereales no ha funcionado. Se sigue despertando igual el pobrecico. El lunes probamos otra técnica: darle antes los cereales y luego el pecho. Tampoco funcionó, aunque es verdad que como el pecho le relaja inicialmente parece que se duerme antes, aunque tampoco fue así porque se despertó enseguida.
Estoy muy quemada. Y cansada. Pero como no puedo hacer nada, pues cara feroche al enemigo y ya vendrán tiempos mejores.
lunes, 25 de octubre de 2010
Hace ya ocho meses
Durante mi embarazo estuve trabajando hasta los siete meses. Por entonces ya me encontraba muy pesada (gané bastante peso) e incómoda, y esto, unido a los extraños horarios de trabajo que tenía, hacía que solamente pensara en dejar de currar. A finales de enero terminé mi último curro con la intención de parar ya, descansar y dedicarme a preparar la madriguera para la llegada del ratón. No había pasado ni una semana y ya me aburría en casa. No sólo eso sino que envidiaba a mis compañeros, que iban a embarcarse en un proyecto divertidísimo donde bien me hubiera gustado estar a mí.
Mis deseos se cumplieron, y me ofrecieron embarcarme en esa locura. Era un proyecto corto, de dos semanas, pero intenso: muchas horas, nocturnidad, alevosía... y dije: venga, adelante, son sólo dos semanas, será una despedida a lo grande del trabajo durante unos cuantos meses.
A las dos semanas, el proyecto iba tan bien que decidieron alargarlo. Yo veía que no iba a poder mantener ese ritmo más tiempo, y me comprometí para una semana más. No tuve ocasión de empezarla. Una mañana me desperté con unas molestias más fuertes de lo normal. Llamé a mi matrona, que por teléfono y en vista de lo que le comenté me recomendó ir a urgencias. Yo estaba de los nervios, pero entre que llegué, esperé en la sala de espera y me atendieron me tranquilicé bastante. Además, las molestias habían cesado casi por completo. Por eso cuando me dijeron que me tenía que quedar ingresada, el mundo se me vino encima.
Todo se desarrolló tan rápido que no me lo creía. Tras una sesión de monitores donde aparentemente no tuve contracciones, y una explóración tras la que me dijeron que tenía que dejar de trabajar, yo creí que todo se acababa ahí, y que me iba a casa sin más. De repente entra otro médico, me examina de nuevo (con dolor) y me dice a bocajarro que me tengo que quedar esa noche. Me dicen que me desnude y se llevan mi ropa, me ponen una vía (también con dolor), me hablan a la vez, me pinchan en el culo, no me entero bien de lo que me dicen, tengo frío y estoy nerviosa... toda mi preocupación es que alguien llame a mi marido. Cuando salgo en silla de ruedas, vestida sólo con una bata abierta por todas partes y mi ropa en una bolsa de basura en las rodillas se me caen las lágrimas. Menos mal que él está afuera.
Todo esto se tradujo en una semana ingresada por amenaza de parto prematuro. Lo que me pincharon era una medicina para acelerar la maduración pulmonar del bebé, por si nacía antes de tiempo. Por la vía me pusieron otra medicina que frenara las contracciones. Por supuesto, de volver a trabajar ni hablamos. Cuando me dieron el alta hospitalaria, me recetaron reposo absoluto por lo menos hasta la semana 37. Fueron unas semanas duras, en las que deseé muchas veces que el bebé saliera ya de una vez. Finalmente, mi hijo nació en la semana 39+6, puntual como un reloj suizo. Antes de eso tuve otros sustos y problemas, pero ésa es otra historia.
Y yo que iba a hablar de un propósito que tengo para aliviar la inactividad laboral... hace la ocho meses que no trabajo (en mi profesión, se entiende) y lo echo de menos.
Mis deseos se cumplieron, y me ofrecieron embarcarme en esa locura. Era un proyecto corto, de dos semanas, pero intenso: muchas horas, nocturnidad, alevosía... y dije: venga, adelante, son sólo dos semanas, será una despedida a lo grande del trabajo durante unos cuantos meses.
A las dos semanas, el proyecto iba tan bien que decidieron alargarlo. Yo veía que no iba a poder mantener ese ritmo más tiempo, y me comprometí para una semana más. No tuve ocasión de empezarla. Una mañana me desperté con unas molestias más fuertes de lo normal. Llamé a mi matrona, que por teléfono y en vista de lo que le comenté me recomendó ir a urgencias. Yo estaba de los nervios, pero entre que llegué, esperé en la sala de espera y me atendieron me tranquilicé bastante. Además, las molestias habían cesado casi por completo. Por eso cuando me dijeron que me tenía que quedar ingresada, el mundo se me vino encima.
Todo se desarrolló tan rápido que no me lo creía. Tras una sesión de monitores donde aparentemente no tuve contracciones, y una explóración tras la que me dijeron que tenía que dejar de trabajar, yo creí que todo se acababa ahí, y que me iba a casa sin más. De repente entra otro médico, me examina de nuevo (con dolor) y me dice a bocajarro que me tengo que quedar esa noche. Me dicen que me desnude y se llevan mi ropa, me ponen una vía (también con dolor), me hablan a la vez, me pinchan en el culo, no me entero bien de lo que me dicen, tengo frío y estoy nerviosa... toda mi preocupación es que alguien llame a mi marido. Cuando salgo en silla de ruedas, vestida sólo con una bata abierta por todas partes y mi ropa en una bolsa de basura en las rodillas se me caen las lágrimas. Menos mal que él está afuera.
Todo esto se tradujo en una semana ingresada por amenaza de parto prematuro. Lo que me pincharon era una medicina para acelerar la maduración pulmonar del bebé, por si nacía antes de tiempo. Por la vía me pusieron otra medicina que frenara las contracciones. Por supuesto, de volver a trabajar ni hablamos. Cuando me dieron el alta hospitalaria, me recetaron reposo absoluto por lo menos hasta la semana 37. Fueron unas semanas duras, en las que deseé muchas veces que el bebé saliera ya de una vez. Finalmente, mi hijo nació en la semana 39+6, puntual como un reloj suizo. Antes de eso tuve otros sustos y problemas, pero ésa es otra historia.
Y yo que iba a hablar de un propósito que tengo para aliviar la inactividad laboral... hace la ocho meses que no trabajo (en mi profesión, se entiende) y lo echo de menos.
domingo, 24 de octubre de 2010
La luz al final del túnel
Soy feliz. Tras la tempestad llegó la calma, y parece que en casa todo se estabiliza. El ratón pequeñito está superando la otitis, y el ratón mayor, usease yo, está superando su crisis personal. Como el enano está curándose, llora menos, come más y duerme mejor, lo cual repercute muy positivamente en la familia.
Por de pronto, después de una semana muy mala, hemos recuperado horas de sueño. Emocionada al ver que las cosas van, que no es poco, he decidido que ya es hora de acabar con este descontrol de horarios que llevamos. Como ha estado muy malillo, hemos descuidado un poco este asunto. Al final lo que ha acabado pasando es que el roedor se acuesta tardísimo y nosotros también. Está claro que hay que volver a marcar tiempos, rutinas, y horarios, y que después del baño viene la cena, y después la cuna. Y es así. Hay que dormir. Nada de cachondeo.
Lo del sueño es una de mis preocupaciones con el enanito, no estoy segura de qué camino seguir para que duerma bien. No veo claras ni las teorías ferberizantes, ni las del apego extremo. En el fondo espero que el tema se solucione solo, que el mismo bebé vaya poco a poco encontrando su ritmo, aprendiendo a dormirse cuando se despierte por la noche, y sobre todo aprendiendo a dormirse solito, o más o menos solito. Sé que es pronto, tiene sólo seis meses. Pero cuando oigo de bebés que a su edad ya duermen del tirón me da mucha envidia.
Si pasa el tiempo y la cosa va mal (no sé cuánto tiempo deberá pasar para llegar a este punto, supongo que lo iré sabiendo sobre la marcha) me imagino que habrá que pensar un plan. Por ahora estoy aplicando levemente, y no siempre, una mezcla de técnicas que no sé si sirve de algo o lo único que voy a conseguir es volverle loco al pobre. El caso es que el peque está empezando a coger de nuevo el ritmo del sueño, y llevamos dos días duermiendo francamente bien. A ver lo que dura.
Por cierto que también llevamos dos dias en los que por la noche come cereales. No come grandes cantidades, y además le sigo dando pecho, pero bueno, algo es algo.
La vida es bella. Y mi pequeño es lo más.
Por de pronto, después de una semana muy mala, hemos recuperado horas de sueño. Emocionada al ver que las cosas van, que no es poco, he decidido que ya es hora de acabar con este descontrol de horarios que llevamos. Como ha estado muy malillo, hemos descuidado un poco este asunto. Al final lo que ha acabado pasando es que el roedor se acuesta tardísimo y nosotros también. Está claro que hay que volver a marcar tiempos, rutinas, y horarios, y que después del baño viene la cena, y después la cuna. Y es así. Hay que dormir. Nada de cachondeo.
Lo del sueño es una de mis preocupaciones con el enanito, no estoy segura de qué camino seguir para que duerma bien. No veo claras ni las teorías ferberizantes, ni las del apego extremo. En el fondo espero que el tema se solucione solo, que el mismo bebé vaya poco a poco encontrando su ritmo, aprendiendo a dormirse cuando se despierte por la noche, y sobre todo aprendiendo a dormirse solito, o más o menos solito. Sé que es pronto, tiene sólo seis meses. Pero cuando oigo de bebés que a su edad ya duermen del tirón me da mucha envidia.
Si pasa el tiempo y la cosa va mal (no sé cuánto tiempo deberá pasar para llegar a este punto, supongo que lo iré sabiendo sobre la marcha) me imagino que habrá que pensar un plan. Por ahora estoy aplicando levemente, y no siempre, una mezcla de técnicas que no sé si sirve de algo o lo único que voy a conseguir es volverle loco al pobre. El caso es que el peque está empezando a coger de nuevo el ritmo del sueño, y llevamos dos días duermiendo francamente bien. A ver lo que dura.
Por cierto que también llevamos dos dias en los que por la noche come cereales. No come grandes cantidades, y además le sigo dando pecho, pero bueno, algo es algo.
La vida es bella. Y mi pequeño es lo más.
miércoles, 20 de octubre de 2010
Dichosas otitis
El pequeño roedor sigue dándome preocupaciones. Ahora son los oiditos. Por segunda vez en menos de dos meses está el pobre con otitis. Todo comenzó con mocos a montones, siguió con una noche de insomnio y lloros, luego vino la fiebre, y más tarde los quejidos... ahí ya se me encendió la alarma, porque esa forma de llorar, ese no querer dormir en horizontal, ni querer mamar... todo eso me sonaba ya de otra vez. El pediatra confirmó el marets las sospechas. Nueva tanda de antibióticos y a aplicarse con el sacamocos.
Además de eso, seguimos peleados por el tema de la comida. Se toma los purés y las papillas con todo el mundo menos conmigo: con su padre, en la guardería, pero conmigo nada de nada. Y ahora que estoy todo el día con él acabo mosqueada día sí día no. Como está malillo no le quiero forzar, pero luego el puñetero con su padre se lo come, tanto las frutas como las verduras. Los cereales con él los olisquea y algo come también (en papilla, del biberón ya pasamos, creo). Conmigo nada de nada
Por otro lado, estar las 24h con el ratón vuelve loco a cualquiera. Encima, está más lloroso y plasta que de costumbre. Ahora mismo me reclama lloriqueando, cuando le he dejado en la hamaca porque no dejaba de llorar ni en brazos, ni en el suelo de juegos, ni abrazado, ni echado, ni erguido, ni haciendo cosquillas, ni con besos, ni sin ellos. ¿¿Qué más puedo hacer??
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Han pasado tres o cuatro horas, ya no sé... El enanito duerme, yo aprovecho para cenar... hoy no he sido capaz ni siquiera de quitarme el pijama, no me ha dado tiempo! me siento un poco fracasada, pero ahora más tranquila lo veo todo un poco mejor.
Después de tanto lloro, al final se ha dormido en mis brazos. En cuanto intentaba posarle en otro sitio para recoger la cocina, ir al baño, merendar algo... se despertaba llorando, y sólo se calmaba acurrucadito en mi regazo. Así que así ha sido. Luego le he chutado una de paracetamol (le ha empezado a subir la fiebre de repente, como siempre) y se ha empezado a encontrar mejor al instante. Tanto que hemos estado jugando en la cama a dar volteretas, a reír, a las cosquillas y a hacer la croqueta. Luego al baño, teta y ¡milagro! a la cuna. Sé que en breve se despertará, así que he cenado a toda pastilla y ahora me dispongo a tragarme Gran Hermano como una campeona, ahora sola y en breve con un enanito durmiendo en mis rodillas como si fuera un gatito.
Mañana ya es viernes. Y tengo ochomilmillonesdecosas que hacer. Probablemente me lo tome con calma, y la semana que viene ya haré todo lo que tengo pendiente, entre otras cosas:
- pagar una multa pendiente (mierda de Ora)
- pagar la tasa de basuras (alcalde ladrón)
- llevar una manta a la tintorería (perezón)
- llevar mis botas de invierno a arreglar (maldita cremallera)
- guardar el calzado de verano (aún)
- sacar los pijamas de invierno (me duele la gargaaaanta)
Y lo más importante: por fin, tras años dejándolo para otro momento mejor, voy a hacer frente a una importante obra en mi casa que sin duda va a cambiar mi vida (y mi economía: va a ser un pastón, aunque lo consideraremos "inversión"). Voy a cambiar la puerta de entrada. Ah, es eso? diréis. Pues sí, vivo en una corrala cuyas puertas están sujetas a una férrea estetica de la que uno no puede escapar, vamos, que cambiar de puerta es algo más que irse a Leroy Merlin y comprarse una. La encargué hace ya mes y medio, y por fin está terminada. Nos la ponen la semana que viene. ¡¡No veo el momento!! Por supuesto, la llegada del ratón ha sido definitiva a la hora de decidir que de este año no pasaba, y que había que decir adios a esa puerta vieja que tan mal cerraba (y tantas corrientes dejaba pasar). Por fin mi ratón va a tener una madriguera en condiciones.
Además de eso, seguimos peleados por el tema de la comida. Se toma los purés y las papillas con todo el mundo menos conmigo: con su padre, en la guardería, pero conmigo nada de nada. Y ahora que estoy todo el día con él acabo mosqueada día sí día no. Como está malillo no le quiero forzar, pero luego el puñetero con su padre se lo come, tanto las frutas como las verduras. Los cereales con él los olisquea y algo come también (en papilla, del biberón ya pasamos, creo). Conmigo nada de nada
Por otro lado, estar las 24h con el ratón vuelve loco a cualquiera. Encima, está más lloroso y plasta que de costumbre. Ahora mismo me reclama lloriqueando, cuando le he dejado en la hamaca porque no dejaba de llorar ni en brazos, ni en el suelo de juegos, ni abrazado, ni echado, ni erguido, ni haciendo cosquillas, ni con besos, ni sin ellos. ¿¿Qué más puedo hacer??
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Han pasado tres o cuatro horas, ya no sé... El enanito duerme, yo aprovecho para cenar... hoy no he sido capaz ni siquiera de quitarme el pijama, no me ha dado tiempo! me siento un poco fracasada, pero ahora más tranquila lo veo todo un poco mejor.
Después de tanto lloro, al final se ha dormido en mis brazos. En cuanto intentaba posarle en otro sitio para recoger la cocina, ir al baño, merendar algo... se despertaba llorando, y sólo se calmaba acurrucadito en mi regazo. Así que así ha sido. Luego le he chutado una de paracetamol (le ha empezado a subir la fiebre de repente, como siempre) y se ha empezado a encontrar mejor al instante. Tanto que hemos estado jugando en la cama a dar volteretas, a reír, a las cosquillas y a hacer la croqueta. Luego al baño, teta y ¡milagro! a la cuna. Sé que en breve se despertará, así que he cenado a toda pastilla y ahora me dispongo a tragarme Gran Hermano como una campeona, ahora sola y en breve con un enanito durmiendo en mis rodillas como si fuera un gatito.
Mañana ya es viernes. Y tengo ochomilmillonesdecosas que hacer. Probablemente me lo tome con calma, y la semana que viene ya haré todo lo que tengo pendiente, entre otras cosas:
- pagar una multa pendiente (mierda de Ora)
- pagar la tasa de basuras (alcalde ladrón)
- llevar una manta a la tintorería (perezón)
- llevar mis botas de invierno a arreglar (maldita cremallera)
- guardar el calzado de verano (aún)
- sacar los pijamas de invierno (me duele la gargaaaanta)
Y lo más importante: por fin, tras años dejándolo para otro momento mejor, voy a hacer frente a una importante obra en mi casa que sin duda va a cambiar mi vida (y mi economía: va a ser un pastón, aunque lo consideraremos "inversión"). Voy a cambiar la puerta de entrada. Ah, es eso? diréis. Pues sí, vivo en una corrala cuyas puertas están sujetas a una férrea estetica de la que uno no puede escapar, vamos, que cambiar de puerta es algo más que irse a Leroy Merlin y comprarse una. La encargué hace ya mes y medio, y por fin está terminada. Nos la ponen la semana que viene. ¡¡No veo el momento!! Por supuesto, la llegada del ratón ha sido definitiva a la hora de decidir que de este año no pasaba, y que había que decir adios a esa puerta vieja que tan mal cerraba (y tantas corrientes dejaba pasar). Por fin mi ratón va a tener una madriguera en condiciones.
viernes, 15 de octubre de 2010
Crisis maternal
La cosa va mal, muy mal. Mi ratón no quiere comer cereales. No le gustan, no le da la gana. Ni en biberón, ni con cuchara. Que no y que no. Con su padre aún come alguna cucharada, conmigo ni olerlos. He intentado colárselos en las frutas y es peor. Ahora tampoco se come las frutas. Yo no sé si insistir, desistir, descansar un poco y volver a intentarlo en unos días...
A todo esto se une... no sé qué se une, pero el caso es que yo estoy mal. No logro hacerme con el niño, no me hago con mis cosas, no muchas cosas. Mi vida como la había conocido hasta ahora se ha esfumado, no queda nada, y no me habitúo. Las dificultades con el enano me hacen sentir peor aún: si soy capaz de cuidar bien de mi hijo, ¿de qué voy a ser capaz? Ayer toqué fondo. El pequeño roedor no quiso los cereales de cena, luego no quiso acostarse en su cuna a su hora, y por último no dejaba de llorar porque quería dormir y no podía. Y yo, que llevaba entregada a él desde las cuatro de la tarde, que es cuando se despertó de la siesta interrumpiendo mi comida (no me dejó ni terminar el segundo plato), ya no podía más. Esta noche le he oído llorar y he sido incapaz de levantarme a atenderle, ha tenido que hacerlo su padre. Por la mañana me he levantado queriéndole muchísimo. Y ahora me siento fatal por todo lo anterior.
A todo esto se une... no sé qué se une, pero el caso es que yo estoy mal. No logro hacerme con el niño, no me hago con mis cosas, no muchas cosas. Mi vida como la había conocido hasta ahora se ha esfumado, no queda nada, y no me habitúo. Las dificultades con el enano me hacen sentir peor aún: si soy capaz de cuidar bien de mi hijo, ¿de qué voy a ser capaz? Ayer toqué fondo. El pequeño roedor no quiso los cereales de cena, luego no quiso acostarse en su cuna a su hora, y por último no dejaba de llorar porque quería dormir y no podía. Y yo, que llevaba entregada a él desde las cuatro de la tarde, que es cuando se despertó de la siesta interrumpiendo mi comida (no me dejó ni terminar el segundo plato), ya no podía más. Esta noche le he oído llorar y he sido incapaz de levantarme a atenderle, ha tenido que hacerlo su padre. Por la mañana me he levantado queriéndole muchísimo. Y ahora me siento fatal por todo lo anterior.
martes, 12 de octubre de 2010
Operación engorde
La visita de ayer al pediatra me dejó un poco triste. Al parecer, el peso del ratón no ha seguido la evolución prevista. Vamos, que se ha quedado un poco escuchimizado. No es que me haya pillado por sorpresa. Primero, porque desde que empezó la guarde come menos por las mañanas (no le gusta el biberón). Y segundo, porque cuando la semana pasada fuimos a urgencias le pesaron, así que el dato de ayer no me sorprendió mucho. Lo que sí me preocupó es la bajada en su percentil de peso (ha pasado de un 50 a un 10). Su padre me dice que no me preocupe, que al niño no hay más que verlo: está grande, hermoso, sano, feliz. Y es cierto que sus tíos y abuelos cada vez le ven más hermoso y enorme. Será porque crecer, desde luego, crece. Sigue en un percentil 75 y tiene unas piernas larguísimas. Está esbelto y guapo. Pero no engorda lo que debiera. Solución: además de introducirle las verduras, hay que darle cereales y leche de continuación. Así que según salimos del centro médico nos compramos una caja de cada en la farmacia.
Lo de la leche de continuación evidentemente no tiene nada que ver con su peso, sino con mi deseo de ir poco a poco destetándole para así poder llegar tarde si tengo que trabajar. Ayer, como estaba un poco triste por el tema del peso, colapsé un poco por la noche. Le preparamos su primer biberón con cereales, y él dijo que nos lo comiéramos nosotros. Escuchándole llorar desconsolado porque no lo quería, empecé a pensar en todo lo malo que podía pasar, en que nunca comería biberón, que no iba a engordar, que iba a enfermar, que todo iba mal... el biberón acabó intacto y el ratón finalmente cenó pecho, poco y mal por el disgusto y el sueño. Y yo me acosté sintiénome fatal. Hoy me he levantado mejor y he comprendido que no se hunde el mundo, que era el primer día, que hay que darle tiempo, y que hay más soluciones, por ejemplo, darle la leche y los cereales en papilla.
Hoy también ha comido su primer puré de verdura: zanahoria y patata. No se si era la novedad o que ha salido un poco espeso, pero no le ha gustado mucho. Ha comido una cuarta parte, pero nos ha valido como prueba. Y esta noche la prueba de fuego: biberón de nuevo. Si no se lo toma, lo echaremos en un plato, lo espesaremos un poco y con cuchara seguro que lo toma.
En un mes tenemos visita de control de peso. Le vamos a dejar a la enfermera con la boca abierta.
Lo de la leche de continuación evidentemente no tiene nada que ver con su peso, sino con mi deseo de ir poco a poco destetándole para así poder llegar tarde si tengo que trabajar. Ayer, como estaba un poco triste por el tema del peso, colapsé un poco por la noche. Le preparamos su primer biberón con cereales, y él dijo que nos lo comiéramos nosotros. Escuchándole llorar desconsolado porque no lo quería, empecé a pensar en todo lo malo que podía pasar, en que nunca comería biberón, que no iba a engordar, que iba a enfermar, que todo iba mal... el biberón acabó intacto y el ratón finalmente cenó pecho, poco y mal por el disgusto y el sueño. Y yo me acosté sintiénome fatal. Hoy me he levantado mejor y he comprendido que no se hunde el mundo, que era el primer día, que hay que darle tiempo, y que hay más soluciones, por ejemplo, darle la leche y los cereales en papilla.
Hoy también ha comido su primer puré de verdura: zanahoria y patata. No se si era la novedad o que ha salido un poco espeso, pero no le ha gustado mucho. Ha comido una cuarta parte, pero nos ha valido como prueba. Y esta noche la prueba de fuego: biberón de nuevo. Si no se lo toma, lo echaremos en un plato, lo espesaremos un poco y con cuchara seguro que lo toma.
En un mes tenemos visita de control de peso. Le vamos a dejar a la enfermera con la boca abierta.
lunes, 11 de octubre de 2010
Se avecina época de cambios
Mi pequeño roedor no tiene puente y hoy ha ido a la guardería como un campeón. Esta noche ha dormido muy bien, y sólo se ha despertado una vez para comer. Añoro el tiempo en que creíamos que ya iba a dormir toda la noche seguida para siempre. Coincidiendo con los cinco meses, el arranque de la guarde y mi primer intento de volver a trabajar empezó a despertarse varias veces por las noches. Entonces lo achaqué a las novedades en su vida, luego a un bache de crecimiento, también pensé que sería una etapa y se le pasaría, luego estuvo malito y decidí que si seguía durmiendo mal era por eso... el caso es que no ha vuelto a ser el mismo.
¿Lograremos algún día dormir más de cuatro horas seguidas? Aún me debato entre esperar a que se regule él solito o empezar algún método de esos que proliferan. Leo webs, blogs, foros, libros y revistas y sigo igual de perdida o más. A veces la sobreinformación es el mayor problema. Quizá debería guiarme por mi instinto. Pero mi carácter inseguro hace que ese instinto no acabe de despertar, sigue medio dormido, no termino de fiarme de mí misma, de despertar del todo como madre, a veces pienso que todo esto es pasajero y que volveré a ser la que era, sin llegar a asumir que ya es hora de tomar decisiones importantes, que esto es para siempre, y que va a ser así a partir de ahora.
Hoy, después del cole, toca revisión de los seis meses. Revisión y vacunas (pobrecito). Y sobre todo toca una interesante charla sobre alimentación. Creo que ha llegado el momento de que mi pequeñito empiece a comer más cosas. El lo pide, yo también. La duda es: ¿es también el momento de dejar el pecho? Me debato entre dos realidades: la cruda realidad que me dice que mientras le siga dando el pecho tendré más dificultades para reintegrarme de nuevo en la vida laboral; y la que me dice que intente mantener ese precioso y saludable vínculo un poquito más.
Es un hecho. Si quiero trabajar necesito no ser la única persona que puede alimentar a mi niño. Cuando hace un mes tuve la oportunidad de volver a trabajar el ratón tuvo que entrar abruptamente por el aro de la lactancia mixta. La ecuación era sencilla: yo no estoy, por mucho que lo intento no logro sacarme leche suficiente, luego el niño tendrá que tomar leche de fórmula. Sin embargo esta decisión me supuso un drama personal. Al final todo salió (medio) bien: Yo fui a trabajar, el enano en mi ausencia era alimentado por otra persona con leche artificial que tomaba con bastante desgana (el biberón no le acaba de gustar) y cuando le recogía se resarcía mamando mucho más de lo normal. También aproveché para introducirle las frutas, que se zampaba eso sí como un campeón.
Luego ocurrió lo que tenía que ocurrir. El chollotrabajo de ocho horas acabó y se me propuso la posibilidad de uno a jornada partida: nueve horas si todo va bien, más si hay que apretar. Sin contar desplazamientos (hablamos de Madrid, échale 45 minutos de ida y otros tantos de vuelta). El ratón tenía cinco meses y medio, y malcomía en mi ausencia. Me vi incapaz de hacerle eso. No aún. Era demasiado pequeño.
Ha pasado casi un mes de aquello. El niño sigue yendo a la guarde pero menos horas (no me puedo permitir sacarle y perder la plaza; además, el día en que vuelva a trabajar será de un día para otro. Así funcionan las cosas en mi mundo: "¿te interesa? Empiezas mañana"). Sigue malcomiendo en mi ausencia y compensando cuando estamos juntos. Su cuidadora en la guarde se despespera cada vez que le da el biberón, y está deseando que le empiece a dar verduras. Yo por mi parte noto que el enano se interesa por la comida, y pide algo más que leche, pero estoy muy perdida en el trayecto hacia la nueva alimentación. ¿Cómo introducirla, qué tomas se sustituyen, tengo que seguir dando pecho además de las papillas, cuántas veces, qué cantidades? Y sobre todo, ¿en qué medida debería ir dejando de darle pecho y sustituirlo por biberones de cara a mi incorporación al mercado laboral? ¿Es el momento de abandonar la lactancia? ¿mantengo alguna toma? ¿cuál? ¿dejaré de producir leche si hago esto? ¿cómo saber que sigo alimentándole bien si produzco menos? ¿cómo saber que hago bien en general, que no me estoy equivocando, que hago lo correcto, que es lo mejor para mi hijo, que no sólo es lo mejor para mí, que es lo mejor para los dos?
¿Lograremos algún día dormir más de cuatro horas seguidas? Aún me debato entre esperar a que se regule él solito o empezar algún método de esos que proliferan. Leo webs, blogs, foros, libros y revistas y sigo igual de perdida o más. A veces la sobreinformación es el mayor problema. Quizá debería guiarme por mi instinto. Pero mi carácter inseguro hace que ese instinto no acabe de despertar, sigue medio dormido, no termino de fiarme de mí misma, de despertar del todo como madre, a veces pienso que todo esto es pasajero y que volveré a ser la que era, sin llegar a asumir que ya es hora de tomar decisiones importantes, que esto es para siempre, y que va a ser así a partir de ahora.
Hoy, después del cole, toca revisión de los seis meses. Revisión y vacunas (pobrecito). Y sobre todo toca una interesante charla sobre alimentación. Creo que ha llegado el momento de que mi pequeñito empiece a comer más cosas. El lo pide, yo también. La duda es: ¿es también el momento de dejar el pecho? Me debato entre dos realidades: la cruda realidad que me dice que mientras le siga dando el pecho tendré más dificultades para reintegrarme de nuevo en la vida laboral; y la que me dice que intente mantener ese precioso y saludable vínculo un poquito más.
Es un hecho. Si quiero trabajar necesito no ser la única persona que puede alimentar a mi niño. Cuando hace un mes tuve la oportunidad de volver a trabajar el ratón tuvo que entrar abruptamente por el aro de la lactancia mixta. La ecuación era sencilla: yo no estoy, por mucho que lo intento no logro sacarme leche suficiente, luego el niño tendrá que tomar leche de fórmula. Sin embargo esta decisión me supuso un drama personal. Al final todo salió (medio) bien: Yo fui a trabajar, el enano en mi ausencia era alimentado por otra persona con leche artificial que tomaba con bastante desgana (el biberón no le acaba de gustar) y cuando le recogía se resarcía mamando mucho más de lo normal. También aproveché para introducirle las frutas, que se zampaba eso sí como un campeón.
Luego ocurrió lo que tenía que ocurrir. El chollotrabajo de ocho horas acabó y se me propuso la posibilidad de uno a jornada partida: nueve horas si todo va bien, más si hay que apretar. Sin contar desplazamientos (hablamos de Madrid, échale 45 minutos de ida y otros tantos de vuelta). El ratón tenía cinco meses y medio, y malcomía en mi ausencia. Me vi incapaz de hacerle eso. No aún. Era demasiado pequeño.
Ha pasado casi un mes de aquello. El niño sigue yendo a la guarde pero menos horas (no me puedo permitir sacarle y perder la plaza; además, el día en que vuelva a trabajar será de un día para otro. Así funcionan las cosas en mi mundo: "¿te interesa? Empiezas mañana"). Sigue malcomiendo en mi ausencia y compensando cuando estamos juntos. Su cuidadora en la guarde se despespera cada vez que le da el biberón, y está deseando que le empiece a dar verduras. Yo por mi parte noto que el enano se interesa por la comida, y pide algo más que leche, pero estoy muy perdida en el trayecto hacia la nueva alimentación. ¿Cómo introducirla, qué tomas se sustituyen, tengo que seguir dando pecho además de las papillas, cuántas veces, qué cantidades? Y sobre todo, ¿en qué medida debería ir dejando de darle pecho y sustituirlo por biberones de cara a mi incorporación al mercado laboral? ¿Es el momento de abandonar la lactancia? ¿mantengo alguna toma? ¿cuál? ¿dejaré de producir leche si hago esto? ¿cómo saber que sigo alimentándole bien si produzco menos? ¿cómo saber que hago bien en general, que no me estoy equivocando, que hago lo correcto, que es lo mejor para mi hijo, que no sólo es lo mejor para mí, que es lo mejor para los dos?
miércoles, 6 de octubre de 2010
Seis meses ya
Mi ratoncito cumplió ayer seis meses. Está hecho todo un hombrecito. Se ríe sin parar, agita sus sonajeros para que suenen y los tira al suelo para que sus padres se los recojamos. Ya rueda como una croquetilla, y aunque no se sienta solo sí se sostiene unos segundos si le colocas en posición. Hoy está un poco pesadito. Quiere atención todo el rato y lloriquea si no le haces caso. No quiere echarse una siesta, a pesar de que se le nota en la cara que se muere de sueño. Me va a tocar bajar a pasear a ver si así se duerme.
Me apetecía contar cómo viví el día en que vino al mundo, pero un error inexplicable ha borrado un largo post donde lo relataba con pelos y señales, y no me apetece volver a hacerlo. Quizá otro día. Ahora toca callejear en busca de queso. Mi ratoncito me reclama.
Me apetecía contar cómo viví el día en que vino al mundo, pero un error inexplicable ha borrado un largo post donde lo relataba con pelos y señales, y no me apetece volver a hacerlo. Quizá otro día. Ahora toca callejear en busca de queso. Mi ratoncito me reclama.
lunes, 16 de agosto de 2010
Catorce meses más tarde
Hace ya más de un año desde mi entrada anterior. Han pasado muchas cosas desde entonces. Pasé ese fin de semana con mis amigas. Luego volví a casa, empecé a trabajar, cambié cuatro veces de programa, me quedé embarazada y tuve un niño. De esto último hace cuatro meses, diez días y viente horas. Ahora mismo está a mi lado, balanceándose en una hamaquita a base de agitar las piernas y sonriéndome cuando le lanzo besos. No sé por qué he vuelto a retomar este blog si no voy a tener tiempo de volver a hacerlo. Ser madre es un trabajo a tiempo completo. Pero supongo que tenía la necesidad de decirlo a gritos en este lugar donde no me escucha nadie.
Estoy feliz, sí, y agotada. Nunca volveré a ser la misma. Este hecho me apena y satisface al mismo tiempo. Tengo las mismas ganas de volver a trabajar que de que me den un martillazo en un pie, pero no dejo de mirar guarderías y observar de lejos a mis antiguos compañeros, a los que ya he dejado dicho que mi baja maternal ha terminado, así, como quien no quiere la cosa. Me entristece muchísimo la idea de dejar a mi pequeño en una guardería diez horas al día, sabiendo que cuando le recoja me quedarán otras tres o cuatro escasas horas más para estar con él, y me imagino pasando con él los próximos meses en casa, pero me aterra volver luego y ver que mi sitio ha sido ocupado por otros, que se acabó lo que se daba, que es hora de cambiar de vida y de trabajo, que me toca reciclarme y asumir lo que hace tiempo veo venir: que toca cambiar de vida.
Por de pronto disfruto del momento y sufro con el furuto más próximo. Pase lo que pase finalmente sé que, una vez más, me satisfará y apenará a partes iguales. ¿O no?
Estoy feliz, sí, y agotada. Nunca volveré a ser la misma. Este hecho me apena y satisface al mismo tiempo. Tengo las mismas ganas de volver a trabajar que de que me den un martillazo en un pie, pero no dejo de mirar guarderías y observar de lejos a mis antiguos compañeros, a los que ya he dejado dicho que mi baja maternal ha terminado, así, como quien no quiere la cosa. Me entristece muchísimo la idea de dejar a mi pequeño en una guardería diez horas al día, sabiendo que cuando le recoja me quedarán otras tres o cuatro escasas horas más para estar con él, y me imagino pasando con él los próximos meses en casa, pero me aterra volver luego y ver que mi sitio ha sido ocupado por otros, que se acabó lo que se daba, que es hora de cambiar de vida y de trabajo, que me toca reciclarme y asumir lo que hace tiempo veo venir: que toca cambiar de vida.
Por de pronto disfruto del momento y sufro con el furuto más próximo. Pase lo que pase finalmente sé que, una vez más, me satisfará y apenará a partes iguales. ¿O no?
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