Hace ya más de un año desde mi entrada anterior. Han pasado muchas cosas desde entonces. Pasé ese fin de semana con mis amigas. Luego volví a casa, empecé a trabajar, cambié cuatro veces de programa, me quedé embarazada y tuve un niño. De esto último hace cuatro meses, diez días y viente horas. Ahora mismo está a mi lado, balanceándose en una hamaquita a base de agitar las piernas y sonriéndome cuando le lanzo besos. No sé por qué he vuelto a retomar este blog si no voy a tener tiempo de volver a hacerlo. Ser madre es un trabajo a tiempo completo. Pero supongo que tenía la necesidad de decirlo a gritos en este lugar donde no me escucha nadie.
Estoy feliz, sí, y agotada. Nunca volveré a ser la misma. Este hecho me apena y satisface al mismo tiempo. Tengo las mismas ganas de volver a trabajar que de que me den un martillazo en un pie, pero no dejo de mirar guarderías y observar de lejos a mis antiguos compañeros, a los que ya he dejado dicho que mi baja maternal ha terminado, así, como quien no quiere la cosa. Me entristece muchísimo la idea de dejar a mi pequeño en una guardería diez horas al día, sabiendo que cuando le recoja me quedarán otras tres o cuatro escasas horas más para estar con él, y me imagino pasando con él los próximos meses en casa, pero me aterra volver luego y ver que mi sitio ha sido ocupado por otros, que se acabó lo que se daba, que es hora de cambiar de vida y de trabajo, que me toca reciclarme y asumir lo que hace tiempo veo venir: que toca cambiar de vida.
Por de pronto disfruto del momento y sufro con el furuto más próximo. Pase lo que pase finalmente sé que, una vez más, me satisfará y apenará a partes iguales. ¿O no?
lunes, 16 de agosto de 2010
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