miércoles, 20 de abril de 2011

No hay nada más triste que un turno de noche

Estaba releyendo mi perfil y me ha dado un poco la risa: "Comencé este blog hace tres años", leo. "Entonces mi vida era diametralmente opuesta (...) La misma que hace año y medio vivía y trabajaba de noche, y hace tres viajaba sin parar, hoy vive por y para otra persona". Y me da la risa porque en realidad menos viajar lo sigo haciendo todo. Ya no vivo de noche, pero las noches siguen demasiado ligadas a mi trabajo.

Pensé que con el niño mis horarios se asentarían de manera natural, pero al final la realidad se ha impuesto. Si quieres currar, es lo que toca. De hecho mi vuelta al curro fue por la puerta grande. Salvo una pequeña experiencia en septiembre, se puede decir que mi verdadera reincorporación al mundo laboral fue en noviembre. Cuando ya estaba que me colgaba de un pino me llamaron para trabajar. Eso sí, turnos rotativos y empiezas de noche. Me senté a hablar con mi marido calendario en mano, eché cuentas, plasmé mis nuestros horarios (los de los tres) en un papel y tras ver que la ecuación salía dije p'alante. Luego los astros se alinearon y al final, gracias a una sucesión de hechos ajenos a mí, hice menos noches de las previstas.

Como la vida es así de perra se da la circunstancia de que actualmente, a pesar de haber cambiado de proyecto (que no de empresa), mis horarios vuelven a ser rotativos, y vuelvo a tener que hacer noches, encima con más asiduidad que antes (y en peores condiciones, la verdad). Esta semana he pasado de la noche al día, y aunque empecé con buen pie, durmiendo bien por las noches y rindiendo de día, hoy he tenido una pájara importante. El día se me ha hecho larguísimo, y me moría de sueño. Además esta noche me he despertado varias veces pensando que era la hora y sorprendida de ver que eran solo las 2 de la mañana, por ejemplo. Se ve que el cuerpo ha hecho un esfuerzo grande estos días pasados por adaptarse pero hoy ha petado. Ahora son las 17 y me muero de cansancio. Me metería en la cama. Otro efecto chungo de este jet lag es que mi sistema de comidas se ha ido a la mierda y no tengo casi hambre. Estoy comiendo fatal.

Mañana nos vamos de vacaciones. Cogeremos los trastos y al ratoncillo y ala, rumbo a otras tierras. Mi peque ya se hizo sus kilómetros el verano pasado, siendo una ratita, pero ahora, ya más mayor, más independiente y más impaciente, a ver qué tal aguanta el viaje. Ahora, con el sueño que tengo, solo de pensarlo me estreso. Pero todo saldrá. Y lo bien que lo vamos a pasar!!!

sábado, 16 de abril de 2011

Un día que cambió nuestras vidas

Ya ha pasado un año. Me parece increíble. Hace 375 días éramos solo dos. Recuerdo perfectamente la cronología de los hechos. Cómo fuimos a comer a casa de mis suegros. Fuimos en metro, porque hacía ya semanas que yo no conducía. Cuando llegué no me tenía en pie. Me apretaban los zapatos, y el jersey no me dejaba respirar. Era como si hubiese encogido. Me lo quité y tuve que ponerme el forro polar que llevaba mi chico. Me dolía todo el cuerpo, y la ropa me molestaba. Me solté la cremallera de la falda. Cuando empezamos a comer, yo no podía permanecer sentada mucho rato, porque me molestaba la tripa y tenía dolores, así que de vez en cuando me levantaba y daba un paseo por el pasillo, o iba a quejarme a otra habitación. A mi alrededor había una falsa tranquilidad. Yo pensaba que todos debían creer que era una histérica, pero lo cierto es que me encontraba mal. Después de comer (yo apenas probé bocado) quise irme a casa. Nos fuimos en metro, con el fin de andar un poco y mover la pelvis. Yo parecía un pato mareado. Pensábamos bajarnos en Ópera e ir caminando a casa, pero finalmente fuimos hasta La Latina para andar menos.

Esa tarde lo pasé mal, me encontraba regular. A la mañana siguiente a primera hora tenía cita en la Fundación para hacerme análisis y cheqear mi número de plaquetas, como lo venía haciendo desde hacía ya un tiempo. Un día, mis plaquetas empezaron a bajar de manera considerable, por lo que cada tres días me hacían un hemograma de control y ya de paso monitorizaban al niño. Yo estaba preocupada por este asunto, porque veía que no había un criterio claro sobre el tema. Dependiendo de qué ginecólogo me veía, estimaba más o menos preocupante el asunto. Unos me querían provocar el parto ya, otros preferían dejar actuar a la naturaleza. Yo temía por varias cosas, una por el riesgo de hemorragia en el parto, y dos porque si me seguían bajando no podrían ponerme la epidural.

Como digo, esa tarde me encontraba mal. No podía estar quieta, y solo moviéndome continuamente conseguía apaciguar mis molestias. Era ya tarde y mi chico se fue a la cama. Yo no podía pensar en acostarme, y me quedé viendo Ley y Orden en la tele. Me acosté de madrugada. Puse el depertador a las 8. A y media mi padre pasaba a por mí para acompañarme a los análisis.

A las ocho sonó el despertador, lo apague y pensé remolonear cinco minutos. De repente noté como si se descorchara algo en mi interior, y a continuación calor entre mis piernas. Me di cuenta de que estaba mojada. Era como si me hubiese hecho pis. Había roto aguas. Desperté a mi marido y me levanté chorreando. Me di una ducha rápida y me vestí. Recordé que me había contado una amiga que cuando rompes aguas no sueltas todo el líquido de repente, si no que este sigue saliendo durante rato, así que me puse una compresa. Llamamos a un taxi. Yo iba más serena de lo que me hubiera imaginado. Entramos por urgencias. En la sala de espera (porque me pasaron a la sala de espera) encontramos a una pareja a la que habíamos conocido en monitores. Ella había salido ya de cuentas hacía días e iba a que le provocaran el parto. Nos subieron a las dos a la vez, pero a mí me atendieron antes. Me gustó que todo el equipo me conocía, porque llevaba muchas semanas pasando por allí con controles diversos, y todos fueron muy amables. Me examiraron, y tras comprobar que efectivamente había roto aguas me dijeron que estaba más verde que una lechuga y me mandaron a monitores. Allí, inexplicablemente porque yo no notaba nada, la máquina dijo que tenía unas bonitas contracciones. Tambien me sacaron sangre por el famoso asunto de las plaquetas.

Para mi sorpresa me metieron al paritorio. No sé por qué yo pensaba que tendría que dilatar en otro sitio. El paritorio era un sitio muy frío, en aluminio, lleno de instrumental. Había una cama en la que me echaron, y una cunita en la que escribieron el nombre de mi bebé. Me desnudaron y monitorizaron. Yo estaba helada y temblaba sin parar. La matrona me dijo que estaba muy poco dilatada. Me pusieron una vía, y aunque nadie me dijo nada creo que me metieron oxtocina, porque aquello de repente empezó a doler un poco. Para mi sorpresa el anestesista llegó en seguida. Era un chico muy joven con unas zapatillas muy modernas. Me dijo que mis plaquetas eran bajas pero que no había problema para ponerme la epidural. Yo estaba muy asustada porque me habían dicho que con ese número no debería hacerlo, pues había riesgos, pero pensé: si no me fío de esta gente, que me va a atender hoy, ¿qué hago? así que me fié, al fin y al cabo era el médico.

Me la pusieron en seguida. Yo no dejaba de temblar, y las contracciones me hacían estremecer. Me hizo efecto rápidamente. Menos mal porque las contracciones empezaban a ser más que dolorosas. Yo creo que me puse un poco pedo. Tengo un recuerdo borroso de lo que ocurrió después. Recuerdo que nos dejaron solos, y estuve contando a mi chico el capítulo de Ley y Orden que había visto la noche anterior. El anestesista entraba de vez en cuando para ver cómo iba la cosa, y me movía un poco para que la anestesia se repartiera bien. Luego nos dejaba solos de nuevo. Hablamos de varias cosas. Incluso di una cabezada... de repente entra la matrona, me mete mano y me dice que ya estoy completamente dilatada... y yo sin darme cuenta de nada. Lo malo, dijo, es que el niño seguía muy alto. Así que a empujar poco a poco, me dijo. Y se fue.

Entró al rato, y vio que la cosa no progresaba. Se fue de nuevo un poco contrariada. De repente irrumpe acompañada de la ginecóloga, y de más mujeres que no sé quiénes eran. Vienen todas poniéndose los guantes y atando sus batas. "Esto no puede ser, hay que terminar con esto, no podemos esperar más". De repente la cama se transformó en un potro (no sé cómo) y me colocaron en posición. Yo estaba acojonada, y un poco grogui. Ala, me dijeron, a empujar. Ahí empezó lo malo. Como con la epidural no sentía casi nada, me resultaba difícil empujar. La matrona me indicaba cuándo y cómo hacerlo, pero para mí era difícil entender sus órdenes y hacer las cosas que me pedían. No así no, empuja de esta manera, o de aquella... y yo no era capaz de hacerlo. El niño seguía sin bajar y ellas se impacientaban. Yo cada vez me setía más impotente, más débil, más pequeña... Se subieron encima de mí, me hicieron daño... yo tenía ganas de llorar, no sabía qué hacer para ayudar en el parto. Ellas empezaron a hablar de llamar a alguien más para hacer no sé qué (supongo que hablaban de usar pinzas o forceps, o de hacer cesárea...). Venga, me dijeron, un último intento, tú puedes, empuja muy fuerte muy fuerte. Y empujé. Y oí a mi chico "venga, que ya está, ¡¡ya está!!" y yo no entendía nada. ¿Ya está qué? "Que ha salido ya la cabeza" me dijeron todos muy contentos. Venga, uno más y ya. Y efectivamente, empujé y salió. El pobre llevaba tres vueltas de cordón umbilical al cuello... así que no bajaba... Me lo pusieron encima, y yo estaba tan nerviosa que solo pude rozarle. Me impresionó lo grande que era, y me pareció imposible que hubiera salido de un cuerpo tan pequeño como el mío. Rápidamente se lo llevaron las pediatras a examinar a una mesa preparada para eso que había frente a mi cama. Entonces fue cuando entró otra doctora (la jefa de la mía, que creo que era residente) y le dijo: "¿pero qué ha pasado?", y mi gine meneaba la cabeza y decía "no sé, no sé". Por su cara, ya supe yo que algo iba mal por ahí abajo.

¿Qué pasa? Pregunté, y me decían que nada, que nada... bueno, ha habido un desgarro, pero te lo vamos a coser. Yo estaba echada y despatarrada, de manera que veía las dos cabezas urgando en mi interior y cuchichehando. Se tiraron un buen rato cosiendo. Yo intenté coger al niño pero no pude, tuve miedo de que se me escurriera. Además no quiso engancharse al pecho. Lo metieron en una cunita y lo pusieron a mi lado. Eran alrededor de las 17:30. Pesó 3.280 gramos, y nació sanísimo. Era probablemente el niño más guapo que había pasado por esa sala. Pequeño como un ratón, y con una flequillo negro espectacular. Nada más verle, su abuelo paterno que esperaba fuera no pudo menos que decir: pero qué niño más guapo, es el bebé más hermoso que he visto nunca.

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Edito para dar cuenta de sus avances. Cuando tiene ya un año y diez días puedo decir con orgullo que mi ratón come como una lima, duerme fenomenal y anda ya de la manita.
Es un solete. Tiene ya seis dientes y otros dos asoman con fuerza. Así que pasa el pobre malas noches de vez en cuando... Sigue comiendo lo mismo que antes, sus cereales, sus verduritas y sus frutas. En la guarde nos dicen que come fenomenal y que todo genial, pero en casa hemos notado que le cuesta más cenarse los cereales. Yo veo que es que llega agotado a la noche. No para de jugar en todo el día. Y encima hemos empezado la temporada de parque y para qué quieres más. Uy, otro día sigo que parece que le oigo... angelito!! voy!!