lunes, 30 de enero de 2012

Dale al FF

Llevo un mes en mi nuevo trabajo. Soy una especie de telefonista-agente de viajes-psicóloga. Gracias a él aborrezco hablar por teléfono. Me duelen las orejas. Me duele la cabeza y me duele la garganta. No pico en la mina, y por suerte respetamos bastante el horario, pero sorprendentemente acabo más agotada que después de una jornada de grabación de 14 horas. Además voy todo el día con la lengua fuera, y aún así apenas veo al niño. Cojo trenes, metros, autobuses, tardo un poco más de 45' en varios tramos de a pie-tren-bus-y-viceversa para llegar de casa al curro y del curro a casa, y llego ya cuando el pobre está agotado y harto, a punto de bañarse, o de cenar... le echo de menos y él a mí, me lo recuerda cada día cuando no quiere que le coja para acostarle, porque apenas me ve y me castiga, por decirlo de alguna manera. Llevo varios desprecios de estos seguidos y estoy un poco triste. Pero pronto acabará esta fase, y espero ansiosa la siguiente, mucho más divertida y gratificante. Nos lo vamos a pasar genial, mi horario cambiará, veré más al niño, iremos al parque, hará menos frío, mi curro me satisfará más y mi humor mejorará, estaré menos cansada y más receptiva, a lo mejor hasta ganaré peso, estaré más guapa, me sentiré mejor... ¡por favor, que pase rápido el tiempo!

(A todo esto, el ratón cada vez come más, y habla más. Dice comer comer cuando tiene hambre, comer otro cuando quiere más, a guaguá cuando no quiere más, gogú cuando ve, intuye o huele un yogur, mío cuando quiere coger el cubierto y comer solo, jamó cuando quiere, exige y desea un poco de jamón, coyoyó cuando se refiere a su ídolo en modo: ponme, mira, leamos... y hoy, en medio del paroxismo ante la idea de ver un capítulo de Pocoyó mientras comía (dos cosas que centran su existencia), ha dicho papacoyó, que es una mezcla de las dos cosas que más quiere en el mundo, Pocoyó y papá).

sábado, 14 de enero de 2012

Creciendo y trabajando

Ya no sé ni cuántos meses tiene el ratón... ¿21? qué ganas de hablar en años, como toda la vida. Lo cierto es que ya no es un bebé, ya es un niño. Habla un montón, aunque a veces no le entendamos. Construye frases, se sabe el nombre de casi todo el mundo que le rodea, repite todo lo que oye y es un salao. Le encantan los coches y las motos, los animales, y por supuesto Pocoyó. Para él sigue siendo Cocoyó, a pesar de que cada vez pronuncia mejor esa palabra ya no se la cambias. Cocoyó, Pato, Eli, Pulpo y toda la troupe son ya de la familia. Los capítulos se los traga uno tras otro. Cuando habla de ellos le cambia la voz, son sus ídolos por encima de papá y mamá. Estas navidades hemos intentado diversificar su mundo con otros elementos, pero no hay manera. Cocoyó es lo más, el resto es secundario.

Mientras él crece y aprende cosas, yo sigo mi periplo laboral. A finales del mes pasado empecé a buscar un nuevo trabajo, pues sabía que el mío terminaba. Estaba cansada (no he descansado este verano) y me hubiera gustado parar en Navidad y volver en enero, después de reyes. Ir a ver a mis padres, disfrutar un poco del ratoncillo, hacer cosas que tengo pendientes (dentistas etc, ya se sabe) pero el destino tiene sus propios plabes, y tras el último programa me fui a casa, vi al pequeño, me arreglé, me fui a la fiesta de fin de programa, estuve un ratico, me volví a casa, me acosté, me levanté al día siguiente, llevé al niño a la guarde y me incorporé a mi nuevo trabajo. Así. Sin solución de continuidad. Sin anestesia. Sin nada.