sábado, 14 de enero de 2012

Creciendo y trabajando

Ya no sé ni cuántos meses tiene el ratón... ¿21? qué ganas de hablar en años, como toda la vida. Lo cierto es que ya no es un bebé, ya es un niño. Habla un montón, aunque a veces no le entendamos. Construye frases, se sabe el nombre de casi todo el mundo que le rodea, repite todo lo que oye y es un salao. Le encantan los coches y las motos, los animales, y por supuesto Pocoyó. Para él sigue siendo Cocoyó, a pesar de que cada vez pronuncia mejor esa palabra ya no se la cambias. Cocoyó, Pato, Eli, Pulpo y toda la troupe son ya de la familia. Los capítulos se los traga uno tras otro. Cuando habla de ellos le cambia la voz, son sus ídolos por encima de papá y mamá. Estas navidades hemos intentado diversificar su mundo con otros elementos, pero no hay manera. Cocoyó es lo más, el resto es secundario.

Mientras él crece y aprende cosas, yo sigo mi periplo laboral. A finales del mes pasado empecé a buscar un nuevo trabajo, pues sabía que el mío terminaba. Estaba cansada (no he descansado este verano) y me hubiera gustado parar en Navidad y volver en enero, después de reyes. Ir a ver a mis padres, disfrutar un poco del ratoncillo, hacer cosas que tengo pendientes (dentistas etc, ya se sabe) pero el destino tiene sus propios plabes, y tras el último programa me fui a casa, vi al pequeño, me arreglé, me fui a la fiesta de fin de programa, estuve un ratico, me volví a casa, me acosté, me levanté al día siguiente, llevé al niño a la guarde y me incorporé a mi nuevo trabajo. Así. Sin solución de continuidad. Sin anestesia. Sin nada.

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