jueves, 17 de julio de 2008

Quien tienen un tío en Graná...


Conocí Granada hace muchos años, cuando iba al colegio. Pero cuando pienso en Granada siempre me acuerdo de otra historia. Vivíamos aún en la era pre móvil. Por aquel entonces mi amiga acababa de despedirse de su trabajo en una gran empresa de telecomunicaciones, una empresa que ahora, en la era del móvil, controla nuestras vidas. Para celebrarlo decidió irse de viaje por Andalucía, sola con su mochila. Y yo decidí reunirme con ella el fin de semana en Granada. Ella estaría ya allí, alojada en un albergue juvenil. Yo iría en autobús después de clase. Y así fue. Cogí el autobús a media tarde, no recuerdo la hora. Recuerdo que cuando ya llevaba muchas horas en el bus, mirando por la ventana y viendo cómo fuera se hacía ya de noche, empecé a pensar en lo jodidamente lejos que estaba Granada, y en que no llegábamos nunca. También pensé que yo no conocía Granada, y que no sabía cómo encontrar a mi amiga, ni tenía dónde dormir esa noche cuando llegara… Todo había sido tan rápido, la idea del viaje, la cita planificada hacía más de una semana (recordemos que entonces no había móviles). Empecé a ponerme un poco nerviosa.

Pero lo mejor estaba por llegar.

Cuando por fin entrábamos en la estación de autobuses de Granada, eran las mil de la noche. Y al mirar por la ventana, la vi allí, esperándome. Fue como una aparición mariana. Luego me contó que entró en la estación al mismo tiempo que entraba el autobús, pero que no sabía que ése era el bus de Madrid, que de hecho no tenía ni idea de a qué hora llegaba yo, simplemente se pasó por la estación por un impulso justo en el momento en que yo llegaba. Fue un milagro.

Esa noche salimos por ahí. Alucinamos con el concepto tapas, algo que ni en Barcelona, ni en Pamplona, ni en Madrid, nuestros referentes más inmediatos, se estila nada. Luego buscamos algún bar divertido donde tomar algo. Como andábamos un poco perdidas, decidimos preguntarle a un chico que estaba apoyado en una farola con pintas de esperar a alguien. Resultó que estaba esperando a sus amigos, y nos invitó a esperarles con él y luego irnos con ellos de marcha. Lo único que le preocupaba era que sus amigos nos parecieran un poco raros. Mi amiga se meaba de la risa. “¿Qué pasa, que van disfrazados de mujer?” decía. Cuando llegaron nos quedamos boquiabiertas. Nunca habíamos visto a una dragqueen tan de cerca. Llegaron montando el escándalo y nos llevaron con ellos toda la noche por los locales más locos de Granada. Parecíamos amigos de toda la vida.

Al día siguiente no recuerdo lo que hicimos. Seguro que fue más aburrido que ese primer contacto con Granada. Qué divertido. Aún hoy, once años más tarde, nos gusta recordarlo una y otra vez, y se lo contamos a cualquiera en cuanto podemos. Y espero poder contarlo juntas muchos años más. Mi Moni, cómo la quiero.

Luego he vuelto a Granada varias veces. Todas ellas muy divertidas, culturales e interesantes. Ninguna como esa.

No hay comentarios: