lunes, 25 de octubre de 2010

Hace ya ocho meses

Durante mi embarazo estuve trabajando hasta los siete meses. Por entonces ya me encontraba muy pesada (gané bastante peso) e incómoda, y esto, unido a los extraños horarios de trabajo que tenía, hacía que solamente pensara en dejar de currar. A finales de enero terminé mi último curro con la intención de parar ya, descansar y dedicarme a preparar la madriguera para la llegada del ratón. No había pasado ni una semana y ya me aburría en casa. No sólo eso sino que envidiaba a mis compañeros, que iban a embarcarse en un proyecto divertidísimo donde bien me hubiera gustado estar a mí.

Mis deseos se cumplieron, y me ofrecieron embarcarme en esa locura. Era un proyecto corto, de dos semanas, pero intenso: muchas horas, nocturnidad, alevosía... y dije: venga, adelante, son sólo dos semanas, será una despedida a lo grande del trabajo durante unos cuantos meses.

A las dos semanas, el proyecto iba tan bien que decidieron alargarlo. Yo veía que no iba a poder mantener ese ritmo más tiempo, y me comprometí para una semana más. No tuve ocasión de empezarla. Una mañana me desperté con unas molestias más fuertes de lo normal. Llamé a mi matrona, que por teléfono y en vista de lo que le comenté me recomendó ir a urgencias. Yo estaba de los nervios, pero entre que llegué, esperé en la sala de espera y me atendieron me tranquilicé bastante. Además, las molestias habían cesado casi por completo. Por eso cuando me dijeron que me tenía que quedar ingresada, el mundo se me vino encima.

Todo se desarrolló tan rápido que no me lo creía. Tras una sesión de monitores donde aparentemente no tuve contracciones, y una explóración tras la que me dijeron que tenía que dejar de trabajar, yo creí que todo se acababa ahí, y que me iba a casa sin más. De repente entra otro médico, me examina de nuevo (con dolor) y me dice a bocajarro que me tengo que quedar esa noche. Me dicen que me desnude y se llevan mi ropa, me ponen una vía (también con dolor), me hablan a la vez, me pinchan en el culo, no me entero bien de lo que me dicen, tengo frío y estoy nerviosa... toda mi preocupación es que alguien llame a mi marido. Cuando salgo en silla de ruedas, vestida sólo con una bata abierta por todas partes y mi ropa en una bolsa de basura en las rodillas se me caen las lágrimas. Menos mal que él está afuera.

Todo esto se tradujo en una semana ingresada por amenaza de parto prematuro. Lo que me pincharon era una medicina para acelerar la maduración pulmonar del bebé, por si nacía antes de tiempo. Por la vía me pusieron otra medicina que frenara las contracciones. Por supuesto, de volver a trabajar ni hablamos. Cuando me dieron el alta hospitalaria, me recetaron reposo absoluto por lo menos hasta la semana 37. Fueron unas semanas duras, en las que deseé muchas veces que el bebé saliera ya de una vez. Finalmente, mi hijo nació en la semana 39+6, puntual como un reloj suizo. Antes de eso tuve otros sustos y problemas, pero ésa es otra historia.

Y yo que iba a hablar de un propósito que tengo para aliviar la inactividad laboral... hace la ocho meses que no trabajo (en mi profesión, se entiende) y lo echo de menos.

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