sábado, 9 de junio de 2007

Faltan 39 días

Ayer tuve una grabación de esas que pueden calificarse sin temor de agotadoras. Además de la tensión y el desgaste que suponen pensar que todo lo que haces puede estar mal y tener consecuencias catastróficas, de lo pequeña que me sentía a ratos (luego, cuando me relajaba, disfrutaba más del trabajo), de tener que combinar mis funciones decidiendo contenidos con las de convencer, dialogar, dar conversación, explicar, jugar, chantajear y suplicar a niños durante cinco horas, se unen las ganas de tener vacaciones.

Cuando llegué a casa eran las doce de la noche. Había quedado a cenar en casa de un vecino que tiene una terraza chulísima para ver el atardecer (ja). Cuando llegué, me habían guardado un poco de carne, había bizcocho y vino, y aunque era noche cerrada y el cielo estaba nublado y sin ninguna estrella, se estaba de muerte en la terraza.

Lo mejor de esta terraza es que se la ha hecho él. Su casa es un piso de menos de 30m2 de tamaño en la parte interior de una corrala. Al ser el último piso, cuando tiró el falso techo de su casa descubrió que tenía mucha altura por arriba. Sobre el piso, en la buhadilla, aún se podía subir otro piso más, pero la inclinación del tejado hacía que más de la mitad de la superficie fuera inaccesible. Había que moverse a gatas. Así que quitó el tejado y se hizo una terracita. Monísima, blanca, con su mesita, sus banquitos, sus plantitas, ganchos para colgar una hamaca, sonido para música y cine, más ganchos para colgar una pantalla de proyección... Si te subes a un banco alto que tiene de madera se ve todo Madrid. Es alucinante. Parece una escena de Mary Poppins. Y lo mejor es que el chico es un cielo, es majísimo. Es amigo de unos amigos, apenas le conozco, pero siempre que nos hemos visto me ha parecido genial. Y ahora además le admiro, porque todo se lo ha hecho él. Es todo un personaje.

Menos mal que hubo un buen cierre para semejante día tan largo.

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